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Esta preciosa acuarela del lavadero de Saragüeta la pintó Pilar el verano pasado, una clienta que viene a Casa Monaut desde nuestros comienzos y que ya ha pasado a considerarse amiga. Es de los pocos lavaderos que quedan en el valle y mantenía su tejavana y la cuba con piedras para lavar, pero el tejado se estaba hundiendo y en las paredes iban apareciendo grietas.

Me cuenta Concha, que tiene 94 años, que se debió construir cuando ella tenía unos 18 años. Y me dice Angelita, que ahora calza 93, que fue cuando ella apenas tenía 10 años. Así que si hacemos una media, suponemos que se levantó entre la década de los treinta y los cuarenta.

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Suele decirse que no hay pueblo sin iglesia, fuente y lavadero. El concejo de Saragüeta, es decir, nosotros, decidimos arreglarlo porque valoramos estos espacios que nos recuerdan formas de vida de antaño. Los lavaderos, además de lugares de trabajo, eran puntos de encuentro y de tertulia para las mujeres. Allí cantaban, se contaban historias y se originaban chascarrillos y refranes. De hecho, expresiones como “lavar los trapos sucios” o “hay ropa tendida” surgieron en lavaderos públicos.

Hemos invertido un par de meses en la obra y unos cuantos euros, pero ha merecido la pena. Lo hemos recuperado con el toque antiguo que tenía, respetando un espacio que durante muchos años ocupó un lugar importante en el pueblo y que, hoy, sigue teniendo un notable valor sociológico y etnográfico para nosotros.

Estáis invitados a dar una vuelta por Saragüeta y su antiguo lavadero.

El antes y el después

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